27.9.05

18._ Tragedia

En este cuadro parece quedar enteramente justificada la realidad de cada individuo humano. Si es importante y poderoso respecto del mini-universo del que emerge, es significativo --aunque ínfimo y efímero-- respecto del gran Universo que lo incluye y le da razón de ser, en función de su meta: Dios.

Sin embargo, el "yo" humano es desmesurado en su ambición: a pesar de que puede tener conciencia de ése su lugar en el universo, no queda exento por ello de un sentimiento trágico cuando experimenta frustraciones, carencias, dolores, sufrimientos e insatisfacciones, y sobre todo al considerar la necesidad de su propia muerte, aspecto fundamental de su autoconciencia humana.
En este sentido trágico puede considerarse un fracasado; un "proyecto fracasado de Dios". (En el sentido de que el Espíritu lo ha creado proyectando llegar ya a Dios en él, y manifiestamente no lo ha conseguido). En compensación, su capacidad imaginativa le permite proyectar sus ansias de dominio, satisfacción y felicidad como atributos del mismo Dios, con el que –insensatamente-- quisiera identificarse.

Por otro lado, su conciencia ética y estética le plantea metas para él inalcanzables, que le sirven de acicate para progresar hacia el bien y la belleza que se obtendrán finalmente en Dios, pero que --otra vez insensatamente quizá-- generan en él un sentimiento trágico de culpa cuando considera sus propias deficiencias y transgresiones.
Especialmente al tomar conciencia del terrible sufrimiento e injusticias presentes en la vida cotidiana y en la historia, aun creyendo en la acción del Espíritu y confiando en su triunfo final, no puede evitar un sentimiento de desgracia y futilidad de la existencia humana individual, continuamente sacrificada en sus más íntimas ambiciones de felicidad, en aras del progreso universal, en último término en aras de Dios.